En un reciente estudio realizado por la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) en colaboración con la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), se revela una preocupante tendencia entre los jóvenes que sufren ciberacoso. Este fenómeno no solo afecta a las víctimas, sino que también puede transformarlos en observadores pasivos o incluso en agresores dentro del mismo entorno digital en un plazo de seis meses.
La investigación, que abarcó a más de mil estudiantes españoles de entre 11 y 17 años de diversas regiones del país, señala que las dinámicas del ciberacoso son más complejas de lo que parecen. Los tres papeles involucrados —cibervíctima, ciberagresor y ciberobservador— tienden a perpetuarse, sugiriendo que el ciberacoso se convierte en una norma en las interacciones sociales de los adolescentes, incluso fuera de internet.
El estudio se llevó a cabo en tres fases durante un periodo de seis meses y apunta específicamente al rol de los ciberobservadores, quienes son testigos del acoso sin intervenir. Este silencio puede estar motivado por el temor a convertirse en el próximo blanco de ataques, especialmente si sienten que no tienen la capacidad de ayudar a quienes están siendo acosados.
Además, el informe destaca que las experiencias de ciberacoso pueden obstaculizar el desarrollo de habilidades sociales fundamentales. Los jóvenes que han sido objeto de bullying online podrían tener dificultades en sus interacciones cotidianas, lo que a su vez refuerza la posibilidad de futuras victimizaciones.
Por otra parte, el ciberagresor puede verse reforzado por el ambiente digital, donde el anonimato y la facilidad para llevar a cabo ataques pueden fomentar conductas agresivas. El deseo de obtener reconocimiento o poder a través del miedo puede dar lugar a un ciclo donde el apoyo pasivo de los observadores contribuye a perpetuar estos comportamientos agresivos.
Un hallazgo crucial del estudio es que aquellos jóvenes que experimentan ciberacoso pueden más tarde convertirse en ciberagresores o mantenerse como ciberobservadores. Esta dinámica se ve alimentada por la dificultad de identificar a los agresores y la falta de consecuencias tangibles, lo que puede llevar a un sentido de impunidad que fomenta aún más la violencia online.
La investigadora Raquel Escortell Sánchez subraya la importancia de abordar la cibervictimización como un factor de riesgo para prevenir la violencia en entornos digitales. Es fundamental romper el ciclo vicioso que permite que el acoso continúe, y se hace hincapié en que los esfuerzos deben dirigirse a educar a los jóvenes sobre los efectos de sus acciones.
Joaquín González-Cabrera, director del grupo de Ciberpsicología de UNIR, destaca la relevancia de desarrollar programas que fomenten la empatía y el autoempoderamiento entre los ciberobservadores. Es esencial que los adolescentes comprendan cómo sus decisiones pueden impactar en la vida de otros y se sientan capacitados para actuar en defensa de quienes sufren acoso.
Los investigadores abogan por un enfoque proactivo que incluya la educación digital desde una edad temprana, enseñando no solo a navegar el internet de forma segura, sino también cómo identificar y actuar ante situaciones de riesgo. También se sugieren estrategias de intervención que ayuden a las víctimas a canalizar el enojo y la frustración de maneras constructivas.
Finalmente, la implementación de programas sostenibles que promuevan un entorno digital respetuoso es considerada fundamental. No se trata de una campaña aislada, sino de un compromiso continuo que debe involucrar a toda la comunidad para garantizar que tanto víctimas como testigos se sientan apoyados y empoderados para actuar frente al ciberacoso.
Categoría:
Newsletter
Entérate de las últimas noticias cómodamente desde tu mail.