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El Teatro Real cautiva al público con una emotiva y romántica reinterpretación de 'Eugenio Oneguin'.

El Teatro Real cautiva al público con una emotiva y romántica reinterpretación de 'Eugenio Oneguin'.

El pasado 22 de enero, el Teatro Real de Madrid fue el escenario del estreno de una nueva interpretación de la aclamada ópera 'Eugenio Oneguin', una obra que, aunque ha logrado conectar con la audiencia a través de su profundo y romántico duelo, ha provocado reacciones mixtas en lo que respecta a su dirección escénica.

Esta producción, resultado de una colaboración inédita entre el Teatro Real, la ópera de Oslo y el Gran Teatre del Liceu en Barcelona, regresa al prestigioso teatro madrileño tras un receso de quince años. Se inspira en la monumental novela en verso del renombrado poeta y dramaturgo ruso Aleksandr S. Pushkin, evocando una atmósfera poética y emocional que ha resonado fuertemente entre los espectadores.

Entre los asistentes destacados en la noche inaugural se encontraban figuras como el secretario de Estado de Energía, Joan Groizard, y la delegada de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, así como otros representantes del ámbito cultural y político, quienes contribuyen al valor simbólico de esta presentación en el contexto artístico español.

Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, había anticipado que esta puesta en escena sería una declaración de intenciones "contra lo operístico". En efecto, la producción evita decorados ostentosos y efectos grandilocuentes, enfocándose en la belleza y la emotividad de las voces bajo la dirección musical de Gustavo Gimeno, quien se prepara para asumir su rol como director musical del teatro en los próximos meses. La actuación orquestal fue recibida con calurosos aplausos, llevando a algunos espectadores a levantarse de sus asientos en reconocimiento a su brillantez.

El enfoque intimista de la obra permite a los intérpretes brillar de manera auténtica, favoreciendo la conexión entre los cantantes y sus personajes. Esto era precisamente uno de los objetivos del autor, quien compuso el libreto pensando en jóvenes cantantes que pudieran representar a las figuras de manera más próxima y menos idealizada que los tradicionales divos operísticos. Como resultado, el público aclamó a los artistas a lo largo de toda la función, que se extendió durante tres intensas horas.

Musicalmente, la obra se despliega en dos mundos distintos: la serenidad del campo, evocada desde el comienzo con melodías tradicionales que generan una sensación de nostalgia, y el bullicio de la ciudad, donde los protagonistas interactúan al ritmo del vals y otras danzas. Esta dicotomía permite una rica orquestación que mantiene al público absorto y cautivado en diversos momentos de la función.

Los encuentros y desencuentros entre Tatiana, interpretada por la soprano Kristina Mkhitaryan; Oneguin, a cargo del barítono Iurii Samoilov; Lenski, encarnado por el tenor Bogdan Volkov; y Olga, que es traída a la vida por la mezzosoprano Victoria Karkacheva, se convierten en un reflejo del amor no correspondido y de las complejidades emocionales que subyacen a sus interacciones a lo largo de toda la obra.

El director de escena Christof Loy, quien no ha logrado alcanzar un consenso entre el público del Teatro Real, optó por dividir la ópera en tres actos que desafían la simetría tradicional. La primera parte, con una escenografía casi cinematográfica que, a pesar de ofrecer una atmósfera de soledad, resultó incómoda para algunos en los laterales del teatro, contrasta con una segunda parte más cerrada y reflexiva, donde los personajes lidian con su propia soledad interna.

En términos de vestuario, diseñado por Piotr Ilich Chaikovski, se valoró la simplicidad de las prendas: hombres con trajes clásicos y formales, mientras que las actrices optaron por vestidos sobrios en tonos neutros, a veces complementados con chaquetas. Esta elección estilística enfatiza la estética despojada que busca alinear la presentación visual con la profundidad emocional de la obra.

La primera parte de la ópera se vio particularmente iluminada por el emotivo aria de Tatiana, donde revela su amor mediante una carta profundamente apasionada. Esta sección fue tan cautivadora que el público respondió con una oleada de aplausos y vítores, reflejando la conexión intensa que se había creado en ese momento.

A pesar de la bella música que acompaña la narrativa romántica, las dudas y los conflictos internos de Oneguin, uno de los personajes que más resonó con la audiencia, generaron un ritmo algo pausado en la segunda mitad, lo que dejó a algunos asistentes con sensaciones de insatisfacción.

Sobre 'Eugenio Oneguin', Matabosch reflexiona que, aunque es un poema narrativo que refleja la esencia del romanticismo, también se erige como una crítica a sus excesos. Su mensaje incisivo invita a explorar las verdades ocultas detrás de las emociones, ofreciendo una mirada más clara al patetismo que puede surgir de pasiones desenfrenadas.

Al finalizar la función, el público del Teatro Real se desbordó en aplausos y vítores que duraron más de cinco minutos, aunque es notable que algunos espectadores optaron por abandonar sus asientos, expresando críticas respecto a la dirección escénica y la coreografía. Este contraste de opiniones pone de relieve la diversidad de perspectivas frente a una obra compleja y cargada de emociones.