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El Prado revela la restauración del retrato de Felipe IV: "Es posible que lo contemplemos como Velázquez lo hizo".

El Prado revela la restauración del retrato de Felipe IV:

MADRID, 9 de octubre.

Este jueves, el Museo del Prado celebró la culminación de la restauración de 'Felipe IV, a caballo', una de las obras maestras de Velázquez, un proyecto respaldado por la Fundación Iberdrola España como 'miembro protector', cuyo propósito es destacar la "incomparables habilidades" del célebre pintor español.

La restauración, llevada a cabo por la especialista María Álvarez Garcillán durante cuatro meses, ha logrado rescatar la vibrante paleta de colores y la estructura original de esta pintura, que había padecido el paso del tiempo y alteraciones previas.

Durante la presentación, la restauradora manifestó que ahora el cuadro puede contemplarse “como Velázquez y su círculo más cercano lo habrían visto”. Esta afirmación resalta el éxito del proceso de restauración y el compromiso por devolver la autenticidad a la obra.

Álvarez Garcillán considera que esta experiencia ha sido "la más gratificante" de su trayectoria. “El proceso de restauración nos permite adentrarnos en la obra, descubriendo tanto su lado visible como su lado oculto, lo que nos ayuda a comprender mejor al autor”, compartió con entusiasmo.

A pesar de que la restauradora aseguró que la pieza se encontraba en un estado razonablemente bueno, mencionó la existencia de ciertas anomalías vinculadas a su historia, como un barniz amarillento y una notable decoloración en los bordes. “Sin duda, ha sido siempre una joya en nuestra colección”, aseveró con orgullo.

Gran parte de la labor de restauración incluyó la eliminación de estucos y repintes que oscurecían la pintura original. “Eran revestimientos burdos que, en muchos casos, no aportaban nada a la comprensión de la obra”, aclaró.

El director del Museo del Prado, Miguel Falomir, también destacó la importancia de esta restauración al afirmar: “Estamos completamente seguros de que nuestra colección alberga los mejores retratos ecuestres que se pueden encontrar en cualquier museo del mundo, y eso es dignísimo de celebrar”.

Falomir elogió el trabajo del equipo de restauración indicando que la obra ahora se presenta “en condiciones extraordinarias gracias a su dedicación” y calificó el resultado de “verdaderamente asombroso”.

Este retrato fue ejecutado en el apogeo de la carrera de Velázquez, quien llevó a cabo el encargo sin delegar en su taller. La obra se caracteriza por una combinación de pinceladas secas y trazos más densos que aportan una rica textura visual, logrando que elementos como los ojos, las manos y el caballo cobren vida de una manera que solo el talentoso pintor sevillano podría lograr.

Un desafío particular durante la restauración fue el tratamiento de las bandas laterales que Velázquez incorporó al lienzo para que se adaptara al entorno arquitectónico del salón. En un proceso similar al que utilizó en el retrato de Isabel de Borbón, se optó por recortar el área que interrumpía el paso y fijarla a la puerta para mantener la funcionalidad del espacio.

Cuando las obras fueron reubicadas en el Palacio Nuevo (hoy Palacio Real), se sometieron a un proceso de reentelado que permitió unir la esquina recortada con el resto del lienzo. Aunque aún se puede apreciar la intervención, el trabajo se realizó con tal sutileza que es difícil notar los puntos de sutura. Además, se llevó a cabo una limpieza profunda que eliminó el barniz oxidado y los repintes que habían ocultado la obra original.

La reintegración de los colores se realizó con un enfoque en las diferencias de decoloración y los efectos visuales de cada desgaste, logrando un resultado que respeta el equilibrio y la armonía del espíritu original de Velázquez.

El retrato, que ostenta la peculiaridad de tener un espacio en blanco destinado a la firma del autor, muestra al rey en un perfil solemne, montado en un caballo en corveta, con una armadura resplandeciente. A diferencia de otras representaciones ecuestres que enfatizan el poder a través del movimiento, Velázquez optó por una visión más contemplativa, similar a las obras del Centurión y el Mülhberg de Tiziano, donde el paisaje y el cielo adquieren protagonismo.

Este emblemático cuadro fue creado entre finales de 1634 y principios de 1635, durante un período de intensa actividad artística para Velázquez, quien recibió remuneraciones por seis pinturas destinadas al Salón de Reinos. El paisaje que sirve de telón de fondo evoca el piedemonte entre Madrid y la sierra del Guadarrama, especialmente la zona del Hoyo, un lugar familiar para el artista. Esta elección resalta la conexión del monarca con su región, añadiendo una dimensión naturalista que contrasta con la formalidad de otros retratos cortesanos.

Un detalle significativo es que la esquina inferior izquierda del lienzo, donde Velázquez solía incluir su firma, se presenta vacía. Esta decisión deliberada sugiere que el artista consideraba que su estilo y técnica eran tan inconfundibles que no requerían autenticación. Este gesto refuerza la noción de autoría y maestría, evidenciando que Velázquez no delegó su habilidad en su taller y asumió la ejecución total de la obra.

El presidente de la Fundación Iberdrola España, Jaime Alfonsín, subrayó la importancia de esta restauración, afirmando que “nos permite apreciar cómo fue concebida la pieza original por uno de los grandes maestros de la pintura española, recuperando no solo su aspecto estético y compositivo, sino también su esplendor original”.